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Vivió en la calle, vendió panes en un puesto en la ruta y ahora abrió su propio local: “Con sacrificio, constancia y autodisciplina podemos lograrlo todo”

Luego de una vida nublada por consumos problemáticos, pudo salir adelante.

Foto Nahuel Sanchez
Mauricio Blanche en su nuevo local.
Actualizada: 15/09/2024 12:52
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Por Sonia Schoenaker

La historia de superación de Mauricio Blanche tiene que ver con esfuerzo, dedicación, pasión por la panadería y ganas de progresar.

Muchos villamercedinos lo conocen porque los últimos dos años estuvo firme en su puesto ubicado en la Ruta Costanera Sur, camino a La Ribera, vendiendo panes caseros y tortas con chicharrón.

El jueves 5, el hombre de 33 años logró abrir su propio local en el centro de Villa Mercedes, ubicado en Lavalle 208, a solo media cuadra de la Plaza Pedernera.

Antes de llegar a cumplir el objetivo, tuvo que atravesar grandes obstáculos a lo largo de su vida. Entre ellos, vivir en la calle y ganarse el pan limpiando vidrios de autos.

Es oriundo de Mar del Plata, y pisó por primera vez la ciudad de la Calle Angosta en 2014, cuando vino con su pareja de entonces y su hijo Jeremías, escapando de una vida nublada por consumos problemáticos que lo atormentan desde los 13 años.

Hasta 2016 vivieron en el barrio San José, pero la relación no prosperó y finalmente tomaron la decisión de volver cerca del mar, aunque por caminos separados.

Una vez instalado de nuevo en su ciudad natal, Mauricio comenzó a trabajar en panaderías, ya que tiene conocimientos del oficio desde los 20 años.

En 2018 los consumos volvieron a su vida. “Terminé dejando el trabajo, me terminó ganando el diablo y quedé en situación de calle”, contó mientras compartía su historia en diálogo con El Chorrillero.

“Cada vez que me acostaba le decía a Dios que si él existía, que me sacara de ahí, era el único pedido”, añadió.

Por varios meses vivió en una garita de guardavidas en la playa y obtenía dinero cuidando coches en la esquina de una cadena de comidas. Una noche, mientras estaba en ese lugar, una camioneta frenó y a partir de ese momento cambió su vida radicalmente.

“Era un amigo con el cual consumí mucho tiempo y la madre también consumía con nosotros”, recordó.

Sandra y Gastón se encontraban recuperados gracias a un centro de internación para personas con consumos, y al verlo, decidieron que era momento de brindarle una oportunidad a su vida.

Así fue como aceptó asistir al día siguiente a la ONG Proyecto Vida Digna, conocido popularmente como “El Castillo”. Allí lo contuvieron, le brindaron su espacio, vestimenta y un tratamiento. Con el paso del tiempo retomó el contacto con sus padres y con la mamá de su hijo, al que había dejado de ver por 10 meses “porque no era una buena imagen para él”.

En la comunidad estuvo viviendo siete meses, y en agosto de 2019, viajó de nuevo hacia Villa Mercedes para dar un giro a su vida.

Lo primero que hizo al llegar fue acercarse al Centro de Prevención y Asistencia a Adicciones (CPA) perteneciente al Policlínico Regional “Juan Domingo Perón” para continuar con el tratamiento.

Estuvo trabajando durante pocos meses en una panadería, pero con la llegada de la pandemia fue despedido.

“Me acuerdo que fui a la Galería Mercedes con poquita plata y el dueño de una herboristería me dio un poco de peperina, un poco de poleo, cedrón, burro, hice bolsitas chiquitas y salí a vender por los barrios hierbas aromáticas”, contó.

Encontró trabajos temporales en algunas panaderías, hasta que, con el impulso de quien era su pareja se animó a “largarse solo”.

Con un modesto horno eléctrico que le compró su padre, y una bolsa de harina, grasa y levadura que le regaló una conocida, comenzó a vender pan casero y tortas con chicharrón, “eso era lo que más tenía movimiento en la ciudad”.

“Salía con mí moto a gritar por los barrios que vendía pan. Iba a las 14 o 15, que era la hora del mate. Un día iba al Kilómetro 4, otro día a La Ribera, otro día a las 1000 Viviendas”, relató.

Mauricio repartía panificados en su moto a diario.

Mientras tanto, buscaba un lugar fijo para quedarse, hasta que encontró el ideal: la entrada al barrio La Ribera, por Ruta Costanera Sur, donde permaneció por más de dos años.

Las ventas en el puesto y algunos comercios a los que proveía con sus productos comenzaron a crecer. En total producía 150 panes y 180 tortas con chicharrón por día y con un solo horno: “Se me había ido de las manos”.

Con mucho esfuerzo y horas sin dormir, el panadero logró comprar máquinas, balanzas, heladeras y muebles, proyectando abrir su propio local.

Así fue como el objetivo estuvo cada vez más cerca, y finalmente el 5 de septiembre pudo poner en marcha “Ana María”, en honor al nombre de su mamá, quien lo ayudó a sacar un préstamo en el banco para poder costear algunos gastos que requería la apertura del negocio.

El nuevo comercio está ubicado en el centro. (Foto: Nahuel Sanchez)

La panadería está ubicada a media cuadra de la Plaza Pedernera. (Foto: Nahuel Sanchez)

“Mi mamá es un ser de luz, es la persona más buena y tierna que conozco, te transmite alegría, paz, es todo lo que está bien. Se merecía el nombre”, dijo.

Su equipo de trabajo ahora está compuesto por cuatro integrantes más: Tatiana y Danae, quienes atienden al público; Diego, que trabaja en la cuadra de elaboración; y Julia, que se encarga del horneado.

“Si bien no me siento orgulloso de lo que he pasado, creo que no cambiaría nada porque me gusta como soy hoy, y creo que las piedras en el camino formaron este lindo camino. Cuando me pasan cosas malas me digo ‘este es el momento para trabajar el temperamento’ y me tomo las cosas de otra manera”, reflexionó.

Con respecto a su hijo Jeremías, sostuvo que trata de superarse día a día para “ser un buen ejemplo para él”. Uno de sus objetivos es enseñarle que “en la vida todo hay que pelearlo, pero todos podemos”.

El comercio está abierto de lunes a lunes y ofrecen todo tipo de panificados dulces y salados con recetas marplatenses.

“Ya tenía decretado que en algún momento esto iba a llegar y creo que con sacrificio, constancia y autodisciplina podemos lograrlo todo. No es fácil,  conlleva un esfuerzo físico y mental increíble. Me largaba a llorar y al otro día salía con más ganas, con ganas de comerme el mundo y sabía cuál era mi objetivo y hoy en día lo estoy viendo claramente, lo cumplí”, concluyó.

Algunos de los productos a la venta. (Foto: Nahuel Sanchez)

El puesto donde trabajó durante dos años.

 

 

 

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